Edición: Junio 2009

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Una opción para entibiar el invierno

Tigre vive al ritmo de sus aguas

A lo largo de su intensa historia, esta región de naturaleza difícil, pero atractiva a la vez, ha generado raíces profundas entre sus pobladores, ha despertado sueños de grandeza entre visionarios como Domingo F. Sarmiento, quien tuvo aquí una casa antes de ser presidente, y ha inspirado a numerosos artistas y escritores. Por varias décadas recibió además a la clase pudiente porteña, la que no dudó en europeizar a su gusto la naturaleza subtropical. A lo largo del siglo XX y de manera más modesta, pero masiva a la vez, el Tigre se convirtió en un centro recreativo de fin de semana, en donde miles de visitantes hasta el día de hoy se encuentran con una naturaleza diferente y con un escenario urbano pequeño, accesible, en donde la arquitectura de la belle époque criolla se entremezcla con lo masivo y popular.

Lejos están los días en que en estas tierras vivían grupos guaraníes y chaná-timbúes, y en que los entonces llamados tigres, o yaguaretés, merodeaban entre la vegetación exuberante, casi selvática de estas costas. Esa riqueza forestal, inusual en las extensas pampas vecinas, fue aprovechada desde los primeros tiempos coloniales para proveer de madera, leña y carbón a los pobladores de Buenos Aires. Junto con el contrabando, la explotación de los bosques le dio vida a un precario asentamiento surgido espontáneamente junto al pequeño puerto del río de las Conchas, el actual río Reconquista, que en esos tiempos fluía más caudaloso.

Supeditada desde siempre al influjo de las crecientes, las aguas han marcado el rumbo de la historia de esta región. En junio de 1805 una violenta sudestada inundó el pueblo y lo arrasó. El desastre fue tal que a los pocos días del hecho, el mismo virrey Sobremonte, con la eficaz colaboración del comandante del puerto de las Conchas, Carlos José Belgrano, hermano del prócer, convocó a los vecinos para tratar la posible fundación de un pueblo nuevo en tierras libres de inundación. Si bien muchos de ellos fueron reacios a abandonar sus tierras, el traslado se inició a tan sólo tres meses de la inundación. Este pueblo nuevo dio origen al vecino San Fernando, que contaría luego con el primer canal artificial abierto en esta colonia. Dicho canal languidece hoy en el límite entre ambas localidades.

Un año después de la gran inundación, el arruinado puerto de las Conchas fue el sitio de desembarco de las tropas que iban a enfrentar a los invasores ingleses para reconquistar la ciudad de Buenos Aires. Al mando de aquéllas iba Santiago de Liniers, ya familiarizado con la zona por haber colaborado en la planificación del nuevo pueblo de San Fernando. Sucesivas crecientes ampliaron el curso del hasta entonces ínfimo río Tigre, que también tenía un humilde fondeadero, y a su vez, redujeron el caudal del río de las Conchas. Ambos ríos quedaron unidos y el sitio del pueblo viejo de las Conchas se convirtió en la isla que dura hasta hoy. Con la llegada del ferrocarril a sus orillas, la población se reorganizó en torno al río Tigre. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el arribo de familias adineradas, que en un primer momento escapaban de las epidemias, y que luego pusieron de moda la zona entre la aristocracia porteña y entre los inmigrantes pudientes, junto con el establecimiento de los clubes de remo le dieron al Tigre una impronta recreativa muy particular que conforma hoy uno de sus principales atractivos.

Para moverse entre la costa y las islas

Múltiples medios de transporte permiten el acceso a diferentes zonas del Tigre y sus islas vecinas. Si se está a pie, el tren llega directamente desde la estación Retiro en Buenos Aires, con una posible combinación a mitad de camino con el Tren de la Costa. Ambas terminales están a poca distancia de la Estación Fluvial, desde donde se inician tres circuitos urbanos descriptos debajo. En automóvil se puede agregar un recorrido por la RP 27, que en su camino hacia la pintoresca localidad de Dique Luján, da acceso a varios parajes costeros sobre el río Luján. Desde la Estación Fluvial y los amarraderos de la orilla opuesta parten hacia las islas las lanchas colectivo en sus líneas regulares y los paseos embarcados en catamaranes y lanchas diversas. Así se puede llegar tanto a remotas hosterías como a varios complejos de cabañas y a las decenas de recreos que permiten pasar el día y en algunos casos, acampar. Para quienes quieran practicar deportes acuáticos, hay un puñado de agencias que ofrecen paseos en bote a remo, canoas y kayaks por los rincones más tranquilos del delta, por ejemplo, Delta en Kayak, de los experimentados hermanos Redman (www.deltaenkayak.com.ar).

Dos caras del delta

Las islas en invierno se envuelven en un halo de misterio atrapante, algo opresivo, ya sea en las cortas tardes de neblina o en los días de sol tibio. Es esta atmósfera única la que ha atraído a sus visitantes y retenido a sus escasos pobladores en estas tierras bajas, rodeadas de ríos, riachos, canales y arroyos, y de vegetación enmarañada, densa, que no permite ver a la distancia, allí en donde no se la ha civilizado con césped, hortensias y árboles de porte más elegante.

El delta cercano al Tigre suele mostrar su cara más amable en un romántico paisaje de casas de madera sobre pilotes, muelles encantadores, jardines impecables, recreos y campings para todos los gustos y lanchas colectivo de un andar eterno. Sin embargo, el contraste con una cara más dura, como la descripta por Haroldo Conti en su magnífico libro Sudeste, se asoma siempre en la silueta de algún barco arrumbado y cubierto de óxido, en el lento devenir de las barcazas, en los rostros curtidos de los isleños y en la lucha constante con las aguas, no difícil de imaginar. Todo aquí se transporta por agua, ya que no existen puentes vehiculares. Almacenes, bancos, ambulancias, taxis, colectivos, transporte escolar y hasta el basurero tienen cada uno sus propias embarcaciones.

Las aguas turbias que dejan los sedimentos que forman las islas son las mismas que las moldean y las erosionan. La estabilidad de las costas se protege con defensas de madera, hormigón o hierro. Sobre las orillas, en donde se alzan los albardones, están las casas, ya que el centro de las islas suele ser naturalmente más bajo e inundable. Los ríos dispersan las especies aguas abajo y así crece naturalmente en las islas una versión reducida de la selva, como una cuña verde rebosante de vida entre la desolación de la pampa original.

Un paseo por la historia y la arquitectura tigrense

Para apreciar la curiosa arquitectura tigrense y para visitar los principales sitios de interés, la agencia de turismo local, con sede en el hermoso edificio de la Estación Fluvial (ex estación de ferrocarril), sugiere tres circuitos que se inician allí mismo y por cuya extensión pueden hacerse a pie, o bien, combinando el vehículo y las caminatas.

El Circuito Paseo Lavalle – Victorica es el más extenso y tal vez el más pintoresco, al recorrer las orillas parquizadas de los ríos Tigre, Luján y Reconquista. Desde la Estación Fluvial se cruza el río Tigre por el puente Sacriste, para luego bordear aquél hasta su desembocadura a lo largo de la calle Lavalle. Apenas cruzado el puente, ya se divisan viejas residencias familiares como la centenaria quinta Cobo, a mano izquierda. De este lado del río parten excursiones en catamarán y los servicios regulares a la isla Martín García, y a Carmelo y Nueva Palmira (Uruguay). En muchas de las casonas y clubes que se ven en este paseo predomina el estilo pintoresquista de inspiración anglo francesa. Los clubes de remo se alinean principalmente a lo largo de ambas orillas del río Tigre, así como también del río Luján. Delgados rieles surcan aquí el asfalto para el traslado hasta el agua de los espigados botes de práctica y competición. En los nombres de los clubes se descubren las nacionalidades de los socios de sus primeros tiempos. Mientras en esta margen se ve el club Suizo y la sede de Prefectura Naval (ex club Teutonia), en la margen opuesta se destacan las sedes del Buenos Aires Rowing Club y del Club Canottieri Italiani. Al llegar al ancho río Luján, se ve en la orilla de enfrente el soberbio edificio pintoresquista del Club de Regatas La Marina. La costanera, ya con el nombre de Paseo Victorica, da acceso a más clubes de remo, restaurantes, antiguas residencias y a amplios sitios de descanso bajo los árboles. En lo que fueran los talleres de la Armada Argentina funciona el Museo Naval, que exhibe modelos en escala de famosas embarcaciones, y en sus jardines, aviones y piezas de artillería de actuación destacada en la aviación naval. Hacia el final del Paseo Victorica se alza la majestuosa y afrancesada sede del Museo de Arte Tigre, en lo que fuera el Tigre Club, construido a inicios del siglo XX. Allí se celebraron grandes fiestas y funcionó el primer casino habilitado en el país, en auge hasta que Mar del Plata lo desbancó como retiro estival exclusivo, marcando el final de la era dorada del Tigre aristocrático. Una visita permite apreciar su interesante colección pictórica, en donde el río es protagonista, y sus salones suntuosos, que se abren a una magnífica terraza sobre el río Luján. Junto a este edificio, estaba el también lujoso Tigre Hotel, meta en 1906 de la primera carrera de automóviles corrida en ruta abierta en el país, con punto de partida en la Recoleta.

Ya sobre el Reconquista sorprenden las guarderías náuticas, que a la manera de extraños estacionamientos guardan centenares de lanchas de todo tipo, dispuestas ordenadamente en varios niveles, unas sobre otras. Más allá, un pequeño museo guarda piezas y documentos relacionados con la Reconquista de Buenos Aires de 1806, iniciada precisamente en esas orillas. El circuito se completa al tomar la Avenida San Martín con su hermoso boulevard de palmeras de regreso al puente.

El Circuito Camino Real permite ver más casonas, quintas y viejos edificios del núcleo histórico, entre los ríos Tigre y Reconquista, por las arboladas calles Lavalle, 25 de Mayo y Liniers. Sobresalen por su origen colonial, el Almacén Faggionato, en 25 de Mayo y Estrada, y la Casa Sagastume o Antigua Aduana, en Esmeralda y Liniers.

El último de los circuitos urbanos accede a los lugares más concurridos de Tigre, que en los cercanos años 90 le dieron una nueva vida a la zona. Estos son el Parque de la Costa, el mayor parque de diversiones del país y el casino Trilenium, situados junto a la terminal del remozado ramal del Tren de la Costa. Al final del paseo, por la calle Sarmiento, se accede al Puerto de Frutos y sus decenas de comercios y puestos de venta de muebles y objetos de decoración. Predominan las piezas de madera, juncos, caña, y mimbre, considerado este último el producto local por excelencia. Merece una vista las dársenas del puerto en donde aún recalan barcazas cargadas de troncos de sauces y álamos. Si bien la producción frutícola de las islas se extinguió prácticamente en el último medio siglo, todavía se ofrecen aquí las exquisitas nueces de pecán de producción local.

Estos paseos urbanos que con mucha tranquilidad se concretan en dos días conforman no sólo una introducción ideal al mundo del delta, sino también un contraste más que interesante con cualquier excursión embarcado o, en la mejor de las oportunidades, con una estadía relajante de al menos una noche en algún rincón isleño.

Informes:
Mitre 355, Estación Fluvial de Tigre
Horario: lunes a domingo de 8 a 18hs
Tel/Fax: 4512-4497
Tel: 4512-4498
0800-888-TIGRE (84473)
www.vivitigre.gov.ar
turismo@tigre.gov.ar

Fotos:
Dirección de Promoción Turística de Tigre

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