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Dos ruedas, nueve noches y muchos nuevos amigos

Airelibredigital.com » Aventura
Autor: Cristian Revestido, Septiembre 2009

Desde frías noches en el desierto precordillerano hasta una carneada de un cerdo en la casa de nuevos amigos, conocidos gracias a las dos ruedas, nuestro colaborador cuenta las maravillas de la precordillera y las aventuras que proporciona una bicicleta, en un relato capaz de entusiasmar a cualquiera.

Dos ruedas, nueve noches y muchos nuevos amigos

El micro procedente de Buenos Aires me dejó en la terminal de ómnibus de San Juan, donde sin perder tiempo armé la bici y salí a pedal hacia el Departamento de Rivadavia (San Juan Oeste). Allí me esperaba mi amiga Maria Eugenia, a quien contacté previamente por Internet para pasar esa primera noche. Hacía frío y un viento arremolinado barría el polvo de las calles.

En la casa de mi anfitriona conocí a Mariano, quien había llegado en bici desde Ushuaia, ya que está recorriendo el país de punta a punta. Decidimos partir juntos al día siguiente hacia las Termas de Talampaya, así que compramos las provisiones necesarias y luego preparamos una cena de despedida en agradecimiento a quien nos albergaba. Al día siguiente cerca del mediodía, partimos a bajo ritmo y charlando. Llegamos a Talacasto al anochecer.

Justo antes del desvío hacia las termas, junto a la RN 40, existe un pequeño kiosco solitario atendido por Luis, ex trabajador minero, donde nos proveímos de agua, pan casero y queso. Arriba del carro que ofrece también lomos, hamburguesas y choris hay una bandera argentina que flamea torciendo el mástil de caña. Detrás, unas casas en ruinas se convirtieron en su nuevo hogar desde hace menos de dos meses. Los mineros y viajeros que pasan por allí le están siempre agradecidos, ya que aunque no compren nada, Luis les ofrece agua para saciar su sed.

Esa noche acampamos dentro del pequeño centro termal que fue abandonado luego de que sus aguas perdieran temperatura. Sinceramente, el lugar no amerita la visita, y aunque los sanjuaninos más supersticiosos dicen que uno se encuentra con el diablo allí, más temíamos encontrarnos con el ciruja que suele habitar el lugar.

A la mañana siguiente decidimos separar rumbos con mi nuevo amigo. Mariano deseaba llegar hasta el Parque Nacional El Leoncito, y yo no disponía del tiempo suficiente si quería llegar a visitar Talampaya e Ischigualasto. A la tristeza de la despedida se sumó que ese día debí pedalear más de 100 kilómetros atravesando el desierto, para alcanzar el próximo pueblo donde pernoctar. Gracias al viento zonda que soplaba había vuelto el calor a la ruta.

La noche transcurrió a 10 kilómetros de San José de Jáchal, y la mañana llegó con la sorpresa de una rueda pinchada. Luego del desayuno hice la reparación, pero al terminar de montarla en la llanta percibí una pérdida de aire en la válvula y no tenía más cámaras de repuesto. Para colmo, las cámaras con válvula fina son difíciles de conseguir. No quedó otra opción que seguir a pie hasta Jáchal. Por suerte, a mitad de camino me crucé con Alejandro, un ciclista de la zona -de ocupación zapatero-, quien insistió en revisar la rueda y se ofreció a repararla de gauchada para que pueda continuar.

Al llegar a Jáchal tuve el raro privilegio de ser el único huésped del Plaza Hotel, mientras esperaba que en una bicicletería cercana me modifiquen el orificio de la válvula en cada llanta.

Esta ciudad se halla sobre una planicie regada por el río Jáchal, y se accede por el Paso del Portezuelo, entre extensas viñas y olivares. Su aspecto edilicio es una conjunción de antiguos edificios coloniales, muchos de los cuales son de adobe, con algunas edificaciones más modernas. En el centro, frente a la plaza central, hay que visitar la Iglesia de Jáchal, en la que se encuentra un curioso Cristo negro con cabello aborigen.

A la mañana siguiente, con la bicicleta lista, salí rumbo a Guandacol, en la provincia de La Rioja. Ese día me esperaba un gran tramo: el camino ofrece curvas cerradas, pasos estrechos, y un túnel angosto. También cuestas que se compensan con buenas pendientes, el dique Los Lisos al oeste, y hermosas vistas de La Ciénaga desde el mirador Cuesta de Huaco, un área protegida con riqueza paisajística y natural, rodeada de cerros y atravesado por el Río Huaco. Allí me detuve en el Centro de Interpretación, donde Alejandro me recibió y me mostró la “jaula voladora” de aves y el corral de llamas, mientras explicaba las tareas varias que se desarrollan en el lugar.

El camino hacia La Rioja sólo tuvo una parada en el pueblo de Huaco para almorzar y visitar su viejo molino. Fue construido en 1790 y forma parte de “la Ruta de los Molinos”. Como en todo pueblo, al mediodía no queda nadie en la calle, y conocer el lugar a solas fue algo especial.

Finalmente crucé a la provincia de los llanos mientras caía noche, y me alojé en una casa de huéspedes en la ciudad de Guandacol. El desayuno de Irma, con tostadas y mermelada casera de durazno fue la mejor manera de empezar el día.

Dos ruedas, nueve noches y muchos nuevos amigos

Desde allí, la hoja de ruta me llevaría hasta Villa Unión, a 45 kilómetros, desde donde retomaría hacia el sur para visitar el Parque Nacional Talampaya y más tarde Ischigualasto, hasta llegar a San Agustín de Valle Fértil.

Llegué exhausto y luego de almorzar un exquisito helado ascendí al mirador ubicado a una cuadra de la plaza central. Está sobre una loma desde la cual se aprecia un bello panorama de cultivos y arboledas enmarcadas al fondo por cerros nevados, entre ellos el Famatina.

Otros 60 kilómetros me faltaban hasta Talampaya, y salí con la idea de acampar y hacer la primera excursión de la mañana. Me detuve unos minutos para picar un poco de pan con queso junto a uno de los tantos santuarios del Gauchito Gil. La única diferencia de otros similares es que a éste le habían dejado como ofrenda un CD de Electrodance…

La noche cayó antes de lo esperado, y sólo me orientaba por unas luces al fondo de un oscuro camino pavimentado, mientras la linterna de la bici se proyectaba un metro adelante sobre el asfalto. El frío de la noche se hacía sentir y la diafanidad del cielo era sorprendente.

Al llegar al buffet me recibió un encargado que estaba de guardia, quien me informó sobre las excursiones y me cobró una tarifa simbólica de permiso de acampe. Allí aproveché para darme una ducha caliente, y el frío de la noche era tan intenso que debí cocinar dentro de la carpa. Por suerte tenía una caja de jugo natural de uva (variedad Torrontés…) que le había comprado al bolichero.

La mañana se presentó tan fría como la noche. Desayuné algo y salí a abonar la entrada al Parque para luego contratar la excursión larga hasta Los Cañones, de 4 horas de duración. Nos trasladamos por el lecho de un río seco con algarrobos que crecen a los lados de su cauce. Es que eso significa Talampaya: “Río Seco del Tala”, río que canaliza el agua de las lluvias torrenciales del verano. Es un notable monumento natural que se destaca por la grandiosidad de sus farallones rojizos y la variedad de formas fantásticas producidas por la erosión. La guía nos explicó todo y se encargó de mantener siempre un buen clima.

Regresamos después del mediodía y debí apurarme a desarmar la carpa y acomodar mis cosas para salir lo antes posible, aunque sabía que esa noche tendría que acampar en el medio de la nada. Muchos se acercaban con curiosidad y me preguntaban por el viaje en bici, lo que me demoró aún más.

Nuevamente sobre la ruta, fuertes ráfagas de viento me pegaban de frente y no me permitieron avanzar más de 30 kilómetros, hasta que empezó a caer la noche. Debía encontrar pronto un lugar refugiado del viento donde acampar, pero mi entorno era una vasta llanura, excepto por una cadena de cerros coloridos sobre el horizonte.

Agotado, mientras quedaba algo de luz en el cielo, intenté detener sin éxito algún camión o camioneta a dedo. Finalmente encontré un reparo natural entre unas dunas de tierra blanda. Rápidamente armé la carpa y, por razones de seguridad, le quité los reflectores a la bici para evitar ser visto desde la ruta. Sólo quería comer algo y dormir. Afuera nuevamente hacía mucho frío.

Esa noche cociné fideos tirabuzón en caldo de gallina. Cuando el agua lentamente empezaba a hervir, tomé el jarro por la manija para revolverlos y repentinamente volqué todo dentro de la carpa y parte sobre mi pierna. Antes que nada intenté calmarme pensando que por suerte no había ocurrido nada grave. Junté los fideos y sequé el piso de la carpa con la toalla, que quedó teñida de amarillo fluorescente. Comí lo que quedó y me acosté sabiendo que me había quemado la piel con el agua. Preferí olvidarme de todo y esperar el nuevo día.

Dos ruedas, nueve noches y muchos nuevos amigos

A la mañana siguiente intenté salir lo más temprano posible. El viento aún soplaba en la misma dirección, y así fue hasta que tomé la RP 510 e ingresé nuevamente a San Juan. Fue un gran alivio: ahora tenía las ráfagas a mis espaldas, lo que además me permitió alcanzar la mayor velocidad en todo el viaje. Cerca del Parque Nacional Ischigualasto yo parecía ser la primera atracción, ya que todos los turistas en auto me saludaban al pasar.

Al llegar y antes de abonar la excursión, debí conseguir un lugar libre en algún auto, ya que las visitas se realizan únicamente con vehículos propios. Como muchos me habían visto en el camino, no fue difícil obtener transporte.

El paseo fue en caravana, y todos parábamos donde señalaba Iván -el guía y Guardaparque- para escuchar sus apasionadas explicaciones sobre las características principales de las geoformas presentes y su entorno natural. Sin duda, ésa es su vocación.

Al regreso visitamos el centro de interpretación, en el que se explica básicamente el trabajo del paleontólogo, la extraña formación de las rocas en “La Cancha de Bochas”, las características de la fauna y flora del lugar, y curiosas historias sobre algunos fósiles hallados allí.

Al caer la noche, el viento volvió a soplar fuerte y hacía mucho frío, lo que me llevó a quedarme en el complejo. Aunque no había señal de celular, aproveché el servicio de Internet gratuito para contactarme con mis viejos y contarles las últimas novedades, ya que habían pasado varios días desde nuestra última comunicación.

A medida que se iban retirando los visitantes del día, ingresaban al edificio todos los guías para descansar. Allí no la pasan mal: disponen de todas las comodidades de una casa y reina un muy buen clima de camaradería y diversión. Fui conociendo a todos y luego de mirar una película en el living, me ofrecieron dormir en el garaje donde guardan también un auto, un par de motos y una decena de bicicletas de excursión. Además, me dieron un colchón sobre el que tendí la bolsa de dormir. Allí pude cargar las baterías de la cámara de fotos y cocinar algo con el calentador de líquidos eléctrico. Esa noche descansé muy bien.

Al día siguiente, luego de despedirme de mis nuevos amigos, seguí rumbo a San Agustín de Valle Fértil, destino final de mi circuito. Desde allí intentaría regresar a San Juan Capital en micro, ya que sólo disponía de una jornada más para la fecha de partida desde la terminal de ómnibus hacia Buenos Aires.

Alcancé mi destino en cinco horas, almorcé algo y averigüé en la oficina de turismo sobre los principales atractivos del lugar. A continuación me dirigí a la terminal y me aseguré el ticket de regreso a San Juan para el día siguiente, ya que sólo hay dos servicios diarios.

Luego me alojé en un hostel, donde descargué las alforjas de la bici y quedó bien liviana para pasear, ya que disponía de toda la tarde para conocer el lugar y sus alrededores. Al salir conocí a dos chicos del pueblo que salían en bici en la misma dirección, así que me uní a ellos y fuimos a visitar lo más destacado. Cruzamos varios vados, llegamos a una pequeña capilla y luego paramos a conocer Piedra Pintada, una roca con pinturas rupestres en lo alto de una sierra. Para terminar nos detuvimos en el dique para sacar más fotos.

Facundo, uno de mis nuevos conocidos, me invitó a la casa de su abuela, donde la familia se había reunido para carnear un cerdo. Acepté sin dudarlo. Allí había cuatro mujeres y cuatro hombres, y cada uno tenía una tarea asignada. Por ejemplo, la tía convidaba tortas fritas caseras para acompañar con el mate. Según me contaron, realmente se trataba de una celebración familiar que se lleva a cabo desde el viernes a la tarde y finaliza el domingo, una vez que todos los derivados del animal fueron procesados.

El último día aproveché para lavar la bici que había quedado muy sucia del día anterior. Luego me despedí de Facu, con quien quedamos amigos, y me dirigí a la terminal.

Sin dudas este viaje, además de una gran aventura, se trató de una experiencia única para futuras expediciones. Fueron nueve días, muchos kilómetros en solitario con viento en abundancia, recorriendo el desierto sobre la mítica Ruta 40 y conociendo en cada pueblo buena gente que me regaló su amabilidad y su hospitalidad. Luego de lo vivido, ya estoy pensando en un cruce a Chile para el próximo verano… ¿alguno de ustedes se anima a acompañarme?


Recomendaciones: Viajar en invierno, abrigarse bien por la mañana y la noche, y disfrutar el clima primaveral durante el día. El viento y los cielos diáfanos son habituales en la región. El estado de las rutas es muy bueno, aunque abundan las zonas de badenes. Llevar siempre agua de reserva.

El viaje en fotos: http://picasaweb.google.com/c.revestido/SanJuan?authkey=Gv1sRgCMHVw5eb7oHibQ#

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Cristian, muy buena la bitácora. Sólo me llamó la atención que te refieras a Guandacol como "ciudad" y a San Juan como "pueblo". Éxitos

Comentario bajo el anterior sistema de Ezequiel | 25-11-2013

hola amigo la verdad te queria felicitar por el viaje chau un abrazo Alejandro de Granadero Baigorria

Comentario bajo el anterior sistema de Alejandro luna | 16-07-2012

En primer lugar la persona: Cristian es algo especial, para todos los que los conocemos y podemos compartir cosas con el nos deja esa sensación de que "hay otra juventud" que la que promocionan los medios. En segundo lugar la experiencia en bike que realizó: Es algo fantástico y envidiable para muchos ciclistas y ni que hablar de los que ya no podríamos ni soñar con hacerlo. En tercer lugar el relato en sí, los lugares y su descripción, son un placer para la lectura. Y finalmente que nadie se prive de ver el total de las fotos, en el vínculo al final de la nota, hay varias que son para concursos de fotografías, y estamos hablando de bellezas como las de Talampaya, Valle de la Luna y caminos y pueblos de la zona. Solo cabe decir FELICITAC IONES

Comentario bajo el anterior sistema de Jan

Cristian, todos los amantes del ciclismo y que alguna vez hicimos una travesía parecida, somos conocedores del esfuerzo que realizaste, pero minimizado por la hermosa experiencia vivida. Emocionante viaje, sinceras Felicitaciones. Cuando algún día decidas pedalear por Tucumán, espero poder servirte de antitrión. Un sentido saludo Ricardo

Comentario bajo el anterior sistema de Ricardo

Me encanta la foto titulada "asfalto y soledad", esa sensacion es única. Muy bueno el relato y las fotos. Hago viajecitos cortos, peron lo que transmite esa foto, la volví a sentir y a disfrutar. Gracias por compartir tu placer. Espero que sigas pedaleando. Saludos desde La Rioja. Jorge

Comentario bajo el anterior sistema de Jorge

Muy buena experiencia..!!! me gustaría mucho poder ponerme en contacto con vos,ya que en verano,voy a recorrer la provincia de San Juan en bicicleta,partiendo desde su capital... Bueno....felicito tu arrojo...ya que dormir en medio de la nada,no es "nada" fácil,y mas ,para citadinos como nosotros.....me ha pasado,pero "a pata".. Un abrazo y espero tu respuesta...vivo en Mar del Plata.

Comentario bajo el anterior sistema de Claudio

Cristian....como dice la canción.."Si vas para Chile....",conta conmigo..es solo cuestión de ponernos en contacto. Mi mail es: tehuelche60@hotmail.com

Comentario bajo el anterior sistema de claudio

hola sy de guandacol me llamo mary mi comentario es tu cuando venias por la ruta nunca viste algo de asusto tuyo fue hermoso de recorrer a mchos pueblos saludo mary cuidate siempre q este cn dios

Comentario bajo el anterior sistema de maria

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